16 de abril de 1844: Mariano Avellana Lasierra nace en Almudévar, provincia de Huesca, España, en una piadosa familia de agricultores.
Año 1858: ingresa al seminario diocesano de Huesca.
19 de septiembre de 1868: en el mismo seminario es consagrado sacerdote.
7 de septiembre de 1870: se dirige a Francia para ingresar a la congregación de misioneros claretianos.
11 de septiembre de 1873: llega como misionero a Chile integrando la tercera expedición de los claretianos a ésta su primera fundación en América.
1873-1904: evangeliza buena parte del país entre el sur de Antofagasta y los confines del Maule –más de 1.500 km de norte a sur del largo territorio chileno‑, y en ocasiones llega hasta Arica por el norte y Concepción por el sur, sumando otros más de 1.000 km. No solo recorre así a lo largo gran parte del Chile accesible con los medios de entonces, sino que “peina” pacientemente región por región hasta sus lugares más apartados y abandonados.
Predica así más de 700 misiones, sobre todo a los enfermos, los presos y los sectores más postergados. En su incansable recorrido logra al poco tiempo fama unánime de santidad.
14 de mayo de 1904: fallece en el modesto hospital de un pueblo minero, Carrizal Alto, unos 60 km al norte de Freirina, en la entonces provincia y hoy región de Atacama, más de 600 km. al norte de Santiago.
1919: se abre en la correspondiente diócesis de La Serena el proceso Informativo sobre su vida y obra, en orden a la posibilidad de postular su beatificación y canonización. La investigación se extiende a Santiago en 1921.
9 de mayo de 1924: se entrega el proceso a consideración de la Sagrada Congregación de Ritos, en Roma, para iniciar un largo camino.
2 de enero de 1961: el posterior cardenal claretiano don Arturo Tabera, entonces obispo de Albacete, España, pide al papa Pablo VI la introducción oficial de la causa de beatificación.
19 de marzo de 1961: el cardenal claretiano don Arcadio Larraona presenta al Papa una amplia y fundada exposición apoyando la postulación.
20 de julio de 1971: Se reúne el Congreso Especial de Prelados y Consultores de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos, y propone la del Padre Mariano, que se aprueba por unanimidad. La figura del que posteriormente pasaría a ser Siervo de Dios es considerada por todos como la de un santo misionero de talla extraordinaria y particularmente actual. Uno de los votos señala: “en una palabra, el Padre Avellana es un perfecto religioso y un perfecto misionero”.
7 de enero de 1972: el papa Pablo VI confirma el parecer de los cardenales, decreta que se introduzca la causa del que pasa a considerarse Siervo de Dios, y dispone se prepare un Sumario completo de todos los documentos posibles, con el fin de poder juzgar objetivamente la realidad de su persona. Como consecuencia, el Relator prepara un plan de trabajo que se encomienda al misionero claretiano español padre Federico Gutiérrez Serrano.
4 de junio de 1981: los restos mortales del Siervo de Dios son trasladados en forma definitiva a la Basílica del Corazón de María, en Santiago. Habían sido sepultados originalmente en el cementerio de Carrizal Alto, en 1904; después llevados, sucesivamente, en 1911, a la bóveda de los claretianos en el cementerio de La Serena; en 1918, a la capilla de la Archicofradía del Corazón de María en el mismo cementerio, y en 1919, a la iglesia del Corazón de Jesús, que los misioneros administraron en esa ciudad hasta enero de 1970.
20 de noviembre de 1982: el sacerdote franciscano Agustín Amore, relator general del Oficio Histórico de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos, presenta el exhaustivo trabajo del P. Gutiérrez: un tomo de 1.100 páginas en formato de 30 x 22 x 8 cm. Señala el P. Amore que del extenso Sumario estima posible deducir «la santidad de este misionero ejemplar llamado vulgarmente en todo Chile el santo Padre Mariano», y reconocerlo «no sólo como una gran y bella figura de la Familia Claretiana, sino de la Iglesia entera».
23 de octubre de 1987: el papa Juan Pablo II reconoce en forma oficial como «heroicas» las virtudes del Padre Mariano, y lo declara Venerable.
¿Qué falta ahora?
Desde que fuera reconocido como Venerable por la máxima autoridad de la Iglesia, el Padre Mariano tiene prácticamente completo su proceso de beatificación. Ahora sólo falta que el Señor se digne obrar por su intercesión un cabal milagro que permita llevarla a cabo.
Este requisito establecido por la legislación eclesiástica exige constatar por reconocidos expertos si un hecho invocado como milagroso es efectivamente tal, es decir, algo imposible de explicar a la luz de las leyes naturales y de la ciencia.
Se requiere, pues, que ocurra y se certifique un verdadero milagro para que el Padre Mariano pueda ser elevado a los altares.
Y para que el milagro se dé, es necesario que frente a un caso extremo —como, por ejemplo, un enfermo desahuciado por un cáncer terminal, o un accidente ineludiblemente mortal— se invoque al Señor por la intercesión del Padre Mariano, y como consecuencia de ello la víctima se sane sin que ello pueda explicarse a la luz de la ciencia médica.
Sin embargo, para que se invoque de esta forma la ayuda sobrenatural es necesario que muchos devotos tengan a flor de labios recurrir al Padre Mariano. Y para ello se necesita que el venerable misionero sea suficientemente conocido.
La Familia Claretiana tiene así dos tareas ineludibles: la primera, propagar la devoción al Padre Mariano e inculcar que se le invoque sobre todo en casos desesperados; y la segunda, estar atentos a dar a conocer rápidamente un eventual favor que parezca tener características sobrenaturales.
Sucesos de este tipo deben comunicarse al Vicepostulador de la Causa del Venerable Padre Mariano, en la sede central de los misioneros claretianos, calle Zenteno Nº 764, Santiago, o a su dirección postal: Casilla 2989, Santiago-21, Chile; o bien, a los teléfonos (56) 226 95 34 07 – 226 96 94 21, o el correo electrónico abarahona@claretianos.cl
A estas mismas direcciones pueden solicitarse folletos, estampas y otras publicaciones de difusión del Padre Mariano, que se encuentran a disposición de los interesados en propagar su devoción.