Anécdotas en la vida de un futuro santo

Innumerables pequeños hechos en la vida del Padre Mariano otorgan otras tantas señales de cómo el Señor fue moldeando su alma y conduciendo a la santidad su caminar misionero. Entre ellos hemos saleccionado algunos que subrayan ese derrotero de la gracia divina.

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– La rebeldía de carnaval

Un hecho en los años juveniles de Mariano revela los caminos excepcionales que el Señor eligió para santificar a un hombre que no nació precisamente santo; se hizo tal siendo fiel a la gracia divina y usando la dureza natural de su carácter para vencerse a sí mismo.

En 1855, con apenas 11 años, había partido a cursar la enseñanza media en Huesca, la ciudad central de su región, y en 1858 ingresaba allí mismo al seminario diocesano.

Se distinguió siempre por su aplicación al estudio, su piedad y una singular devoción a la Virgen. Pero tenía una personalidad “arrebatada” que tardaría muchos años en dominar.

El V. P. Mariano, el día de su ordenación sacerdotal.
El V. P. Mariano, el día de su ordenación sacerdotal.

En 1865 cursaba el nivel superior de teología cuando sucedió una curiosa anécdota:

Yendo los seminaristas de paseo un día de carnaval, se les negó autorización para entrar a mirar las celebraciones en un pueblo cercano. Un grupo de los muchachos, capitaneado entre otros por Mariano Avellana, se amotinó por eso contra el rector, y 18 de ellos terminaron expulsados del seminario.

Mal comienzo para un camino de santidad, por cierto. Pero Dios hizo lo suyo: viéndose en tan lamentable como vergonzosa situación, Mariano escribió una dolida carta al obispo suplicándole el perdón, que le fue concedido y pudo reincorporarse al seminario.

Sus escritos muestran que jamás olvidó el bochornoso incidente, del que muchos años después seguiría arrepintiéndose.

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– El hijo del trueno

De que Mariano tuvo en su juventud un genio temible hay abundantes  testimonios. Pero otros tantos demuestran cómo trabajó en vencerse hasta llegar a ser un modelo de bondad.

Desembarcado ya en Chile como claretiano, al terminar una de sus primeras misiones en el rincón campesino de Coltauco, anotaba: «reprimiré la pasión de la ira, para que no paguen justos por pecadores. No entraré en disputas con nadie, mayormente en las misiones. Para con Dios tendré un corazón de hijo, para con los demás un corazón de madre, y para conmigo una severidad de juez».
Pero uno de sus mayores dolores fue por mucho tiempo la forma en que solía dominarlo la ira.
Un domingo de Resurrección se encontró en la calle posterior a la casa de los misioneros, en Santiago, con dos borrachos batiéndose a cuchilladas. Al verlos se enardeció ante tamaña barbaridad en un día tan santo; más todavía cuando uno de los contendores lo amenazó con el arma. Sin pensarlo dos veces lo agarró del cuello, lo levantó en vilo y casi lo estrangula gritándole:

—¡A mí no me amenaza nadie!

El grupo de curiosos atraídos por el incidente terminó aplaudiéndolo. Pero él estaba apenas doblando la esquina cuando ya lamentaba su arrebato y el deplorable ejemplo que había dado.
En otra ocasión se impacientó porque un lactante lloraba a todo pulmón durante su predicación. Sin poderse contener, gritó descontrolado:

—¡Saquen de la capilla a ese ternero!

De nuevo tuvo que humillarse ante el Señor y reiterarle la decisión de dominar su carácter explosivo.
Viajaba en otra oportunidad con un compañero en un destartalado barco, cuando desde el camarote contiguo escuchó las maldiciones sacrílegas de unos vecinos borrachos. Echándoles abajo la puerta de un solo puntapié, penetró como una tromba y los amenazó:

—¡Infelices: o se callan, o los agarro de las orejas y los meto de cabeza en la carbonera!

Pero después de semejantes arrebatos nunca dejó de arrepentirse, y una vez tras otra renovó el propósito de vencer su carácter .

«¡Señor, dame un corazón generoso! —escribía en un retiro espiritual—. Trataré de no disputar jamás con nadie. En las misiones seré todo mansedumbre, y en las predicaciones combinaré la fortaleza con la dulzura y la compasión».

Con el tiempo y su respuesta generosa al Señor, fue domesticando su carácter hasta convertirse en ejemplo de amabilidad y afecto.

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– «Si Mahoma no viene a la montaña…»

El Señor parece haberse servido de algunos rasgos espontáneos del carácter de su siervo Mariano para hacer fructificar su siembra misionera.

Algunas veces la noticia de que venía el santo Padre Mariano trasformó la llegada de los misioneros a un lugar en una fiesta popular, con fuegos artificiales y recibimiento oficial de las autoridades. Pero en otras partes había apenas un par de almas dispuestas a escucharlos.
Un día llegó con un compañero a misionar en un pueblo minero famoso por su indiferencia religiosa.

El Padre Mariano dirigió el rosario inicial en una iglesia vacía. Sólo un par de viejecitas respondió a las avemarías.

Terminado el rezo les agradeció su presencia, las despidió con afecto y fue a sentarse al confesionario. Sólo a seguir rezando, porque nadie acudió a confesarse.
A la mañana siguiente ofreció la misa en un templo nuevamente vacío. Por la tarde se repitió la escena. Pero el Padre Mariano sólo esperó unos minutos en el confesionario, y luego se levantó con decisión.
Salió a las puertas del templo, se paró enfrente y esperó con tranquilidad. De repente apareció a paso rápido un hombre dispuesto a cruzar la plaza. Con su vozarrón atronador, el misionero le gritó:

—¡Eh, oiga, usted: venga!

Asombrado, el hombre giró sobre sus pasos y se acercó, un tanto cohibido por la figura imponente del sacerdote.

—¿Decía, padre?
—Sí; decía; ¡que venga a confesarse!

Más confundido aun, el hombre lo siguió. Y, por cierto, se confesó.
Qué contó luego sobre su extraña experiencia, nadie lo sabe; lo cierto es que desde el día siguiente comenzaron a aumentar los participantes. La misión terminó siendo un éxito.
En otra oportunidad los oyentes volvieron a brillar por su ausencia en el primer sermón, y el Padre Mariano tampoco perdió la paciencia. Cuando a la tarde siguiente llegaron unas pocas personas, subió al púlpito y les rogó:

—Por favor, abran las puertas de par en par.

Sacando entonces toda la voz que el cielo le había dado, se puso a predicar como quien tiene enfrente a una gran muchedumbre.
Al poco rato la tuvo. Porque su vozarrón retumbó por la plaza del pueblo y penetró por las cantinas y los tugurios de diversión. Tampoco se sabe qué dijo, pero empezó a llegar gente con caras de admiración y asombro. Al final del sermón el templo estaba lleno. Y no volvió  a quedar vacío.

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– El “castigo” de un burlón

No dejó de valerse el Señor de algunos sucesos que conmovieron profundamente a la gente y llevaron a no pocos impíos a la conversión por intermedio del Padre Mariano.

El norte chileno era entonces famoso por su indiferencia religiosa y la relajación de costumbres que giraba en torno a los centros mineros de la zona. El vecindario de esos campamentos se resistió no pocas veces a la palabra evangelizadora del venerable misionero.

En tales casos intensificaba éste su oración y sus sacrificios, seguía predicando y ponía toda su confianza  en la capacidad del Señor para mover los corazones aunque fuera con recursos más allá de lo común.

Así ocurrió en El Oro de Tamaya, un importante campamento minero de unos 300 habitantes, situado 75 kilómetros al interior del puerto nortino de Tongoy.

Predicaba el Padre Mariano a un auditorio atento y fervoroso, cuando un conocido empleado del ferrocarril, hombre joven y famoso por sus faltas de respeto, horrorizó al centenar de oyentes. Comenzó mofándose del misionero, para terminar riéndose a carcajadas.
Tranquilamente, el Padre Mariano continuó predicando:

Ese hombre que se ríe y burla de la Palabra de Dios, se burla de su propia ignorancia. ¡No sabe que un día u otro puede morir en algún accidente o atropellado por un caballo!

A la mañana siguiente, el administrador de una de las minas de los alrededores envió con un recado a un niño montado al pelo en un caballo al que intentaba controlar con un cordel a manera de rienda.

Al llegar al pueblo, el corcel se encabritó y salió desbocado. Justamente pasaba por allí el escandaloso burlón, y el animal se le fue encima, lo atropelló y lo lanzó a varios metros de distancia. Murió en el acto.
El hecho conmovió profundamente al pueblo entero.

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Monolito levantado por los misioneros claretianos en memoria del V. Padre Mariano, en el centenario de su muerte. Se encuentra en camino hacia el que fuera el pueblo de Carrizal Alto.
Monolito levantado por los misioneros claretianos en memoria del V. Padre Mariano, en el centenario de su muerte. Se encuentra en camino hacia el que fuera el pueblo de Carrizal Alto.

– El hechizo de la pascua

Carrizal Alto, el entonces activo centro minero donde terminó sus días terrenales el  Padre Mariano, es uno de los múltiples ejemplos del destino inexorable de los pueblos mineros. El Venerable lo conoce en 1881, y desde entonces parece ejercer sobre él un hechizo extraño, como si presintiera que un día viviría allí su pascua hacia la gloria.

Entre tanto, predicará innumerables misiones en él y dejará como en ninguna otra parte su fama de santidad.

Carrizal Alto, hoy totalmente desaparecido del mapa, es por esos años una floreciente villa de 2.000 habitantes, que debe sus esplendor a la explotación de ricos minerales de cobre que saca por ferrocarril al entonces puerto de Carrizal Bajo. Tiene un pequeño pero buen hospital, una linda iglesia parroquial, el infaltable teatro de los pueblos del norte, acogedora estación, escuelas, y publica un periódico dos veces por semana.

A poco de llegar por allí en sus correrías misioneras, el Padre Mariano es acogido con veneración. El templo se llena para escucharlo, y abundan los buenos frutos espirituales.

Pero no todos lo veneran. La familia de los Rojo Carvajal y sus cuatro hijos tiene fama de impiedad. Se dice que no creen en nada, y si para algo mencionan la religión es para cubrirla de improperios.
Un día Francisco Rojo, de tanto oír hablar del famoso Padre Mariano se deja vencer por la curiosidad, y en un momento de la misión se cuela en forma solapada en el templo.

El misionero está justamente predicando. Francisco presta atención, decidido a encontrar en sus palabras nuevos argumentos para mofarse de la religión. Pero de repente ellas le golpean el alma en tal forma que vuelve a salir oculto, pero fuertemente conmovido. Después regresa con su mujer, con la que sólo vive amancebado. A los pocos días se casan por la Iglesia, y la familia en pleno da testimonio de su conversión a Dios.

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– Crónicas de su muerte anunciada

Hay numerosos testimonios de que el Padre Mariano predijo su muerte.
Antes de partir a su última misión visitó a varios amigos para despedirse. Les dijo que de seguro no volverían a verlo, pero desde el cielo rogaría por ellos.
El 2 de mayo de 1904, con otro misionero viajó al pueblo minero de Cerro Blanco, en la actual región nortina de Atacama, por un durísimo camino en el que se cayó del caballo. Tal vez eso pudo causarle una congestión pulmonar. El día 4 se acostó con fiebre, y a la mañana siguiente se desmayó en el templo, pero no consintió que se suspendiera la misión, que concluyó con éxito el domingo 8.
Para entonces el Venerable estaba ya muy mal, y hubo que trasladarlo en una carretela por 13 kilómetros hasta la estación de Yerba Buena, desde donde un vagón de un tren minero de emergencia lo llevó por otros 80 kilómetros a Carrizal Alto. Llegaron con él el lunes 9 a las 8 de la noche.
Al entrar al pequeño hospital, exclamó:

—¡Gracias a Dios, al fin he llegado a mi casa, el lugar donde he deseado morir como los pobres!

Juvenal Sierralta, un médico residente aún no titulado, le diagnosticó una grave pulmonía doble. No era hombre de fe, pero lo acogió con filial cariño y abnegación. Varias veces lo alentó a tener confianza en su mejoría, y otras tantas el Padre Mariano le respondió:

—No se afane, doctor, es inútil; yo voy a morir.

Sierralta vivía acongojado por enemistades que habían frustrado su titulación, y por un espinudo problema judicial. El Padre Mariano desconocía esos antecedentes; sin embargo, poco antes de expirar le dijo con mucho cariño:

—Gracias, doctor, por lo mucho que se ha sacrificado por mí. Desde el cielo rogaré por los asuntos que lo apremian, y usted muy pronto va a ser feliz.

El joven médico recogió su último suspiro en la madrugada del 14 de mayo, y se afanó por cumplir hasta el último deber con sus restos mortales.

Después, el juicio que lo angustiaba siguió su curso, pero cuando menos se esperaba, murió repentinamente el acusador que lo tenía acorralado, y la querella fue sobreseída. El doctor se trasladó a Copiapó, la capital provincial, y se casó muy bien. Luego obtuvo en forma brillante su título de médico cirujano y, como en los viejos cuentos, «vivió feliz para siempre». Se cumplieron las predicciones del Padre Mariano.